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La capacidad de la
extrema miseria que los hurdanos para alterar lo que, fuera de aquellos valles
inaccesibles, parecían hábitos corrientes, cuando no comportamientos
instintivos del genero
humano, alcanzaba incluso a la relación entre padres e hijos. Legendre
documenta a este respecto el negocio de la "crianza mercenaria", un
sistema empleado por las inclusas y orfelinatos de las grandes ciudades limítrofes
de Las Hurdes. Con el fin de atender una demanda que excedía las capacidades de
la beneficencia estatal, se encargaba el cuidado de los niños huérfanos o
abandonados a las mujeres hurdanas, a cambio de un salario. En los momentos de
irremediable escasez, estas madres adoptivas preferían desatender a sus propias
criaturas, que podían morir de inanición, con el único propósito de mantener
los ingresos que representaba el pilo.
Las cuatro jornadas
que Alfonso XIII pasó en Las Hurdes, viajando a lomos de caballo, tuvieron una
consecuencia no prevista y solo perceptible en el transcurso de las décadas
siguientes: actuaron de catalizador en la vida intelectual de la época,
mostrando los sutiles pero evidentes alineamientos que operaban en el panorama
de nuestras letras, luego recrudecidos por la guerra civil y por el exilio.
Apremiados por la visita del monarca español al "Tibet español",
según el nombre que algunos medios darían entonces a los valles hurdanos, los periódicos
de 1922 publicaron una avalancha de comentarios acerca de la iniciativa real,
así como las causas de aquel drama continuado y silencioso.
Quizá por la naturaleza misma de su profesión médica, Marañón, Goyanes y
Bardají se habían acercado a Las Hurdes con la actitud propia de los
ilustrados. En contra de lo que cabría imaginar, la actitud ilustrada de
Marañón y de los doctores Goyanes y Bardají es compartida por la propia
iglesia; en concreto, por el obispo Segura, el mismo que reclamaba el pago de
los atrasos a las nodrizas hurdanas. El catalogo de actuaciones para la
comarca que dirigió Alfonso XIII se inicia por la alfabetización y continua
por la mejora de la higiene, la agricultura, las comunicaciones y los servicios
públicos. Sólo en último extremo se refiere a la necesidad de crear capillas
y cementerios, además de favorecer el restablecimiento de la comunidad de
padres carmelitas en el convento de San José. Y, junto a la del obispo Segura,
otro tanto cabría decir de la actitud del conde de la Romilla, diputado a
Cortes por el distrito de Hoyos, cuya defensa de Las Hurdes en el debate
parlamentario a que dio lugar la visita del rey constituye un ejemplo de
pragmatismo y precisión muy alejado de la retórica política del momento.
Las Hurdes de hoy
nada tienen que ver con las que conocieron Legendre, Marañón, Buñuel, Unamuno
o, ya en plena dictadura de Franco, Antonio Ferres y Armando López Salinas. En
las Mestas, un pueblo de construcciones en su mayoría recientes, confluyen las
rutas que conducen a las dos partes de la comarca: Las Hurdes bajas, atravesadas
por una carretera amplia y bien asfaltada
que une Miranda del Castañar con Vegas de Coria, Nuñomoral, Caminomorisco y
Pinofranqueado, y las Hurdes altas, una sucesión de pueblos, Martilandrán,
Fragosa, El Gasco, Asegur, Casares, Riomalo, Ladrillar, Cabezo, encajonados en
los repliegues de la sierra y en los que aun se pueden contemplar, abandonados,
restos de las viejas zahúrdas y alquerías. Por otra parte, décadas de
repoblación forestal han atenuado la aspereza y desnudez de los riscos hurdanos,
en los que, de trecho en trecho, siguen apareciendo las diminutas terrazas sobre
las que se yergue un solo olivo. La mayor parte de los viajeros que se acercaron
a aquellas Hurdes, felizmente desaparecidas, suelen referirse a la antigua
costumbre de legar en herencia una simple rama de árbol, prueba de que hasta el
más mínimo cultivo representaba una titánica conquista contra el medio.
Escritores como Unamuno vieron en ello un deseo de independencia que, al
parecer, convertía la miseria en majestad y hacia llevadero el sufrimiento.
Otros, como Marañón, no se recrearon en respirar la libertad de las cumbres,
ni de admirar la estremecedora laboriosidad de los hurdanos, sino que
comprendieron que la miseria es solo miseria, y el sufrimiento sólo
sufrimiento, y exigieron para Las Hurdes una vida digna, y maestros en las
escuelas, y médicos en los dispensarios.
Con las perspectiva
que ofrece el tiempo transcurrido, puede sin duda concluirse que fue el triunfo
de esta mirada pragmática sobre aquélla que pretendía sustituir una leyenda
denigrante de Las Hurdes por otra de exaltación y heroísmo, que fue en
definitiva el triunfo de las actitudes ilustradas sobre las románticas, lo que
permitió que el "Tibet español" pasara a ser, sin más, una región
como las otras.
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