CUENCA, LA CIUDAD COLGADA

LOS TESOROS DE UNA CIUDAD PAISAJE

Cuando el viajero llega a Cuenca percibe inmediatamente una singularidad, algo que la hace realmente única: la simbiosis de la arquitectura con el paisaje, la íntima relación existente entre la piedra y el yeso, entre la madera, la teja y el verde jugoso de la vegetación exhuberante y los ríos que la ciñen.

Gran parte de la muralla que protegía esta ciudad medieval estaba formada por los farallones de las hoces del Júcar y del Huécar. La ciudad antigua se sometío, asi a una ley física y retorció su urbanismo adaptándolo a la geografía, formando calles de irregular trazado, plazuelas de caprichosas formas, recoletas, de casas modestas que rompían moldes y que amalgamadas con edificios monumentales transformaban Cuenca en una "Ciudad Paisaje".


Conscientes de esta realidad las corporaciones municipales, con mayor o menor acierto, pusieron su empeño en conservarla y en procurar mejorarla.


La consecuencia está hoy a la vista, con sus luces y sus sombras, con posibilismo.


En general los conquenses nos sentimos orgullosos de lo que la naturaleza y la historia ha hecho a lo largo del tiempo. Y también existe la creencia generalizada de la obligación de proteger su evolución. Por ello la corporación municipal tomó en 1993 dos decisiones importantes. En pimer lugar, realizó un Plan Especial de Protección del Casco Antiguo y de las Hoces, recabando dineros de la Unión Europea para comenzar las obras públicas precisas y que venían a unirse a las iniciadas por el gobierno regional en el programa de "Cuenca a Plena Luz". En segundo término, confeccionó un proyecto que presentó a la UNESCO para que el casco antiguo y las hoces fueran declaradas Patrimonio de la Humanidad. El día 5 de Diciembre de 1996 esta idea se ha hecho realidad.


El trabajo es nuestra mejor esperanza.


Mientras tanto, ofrecemos nuestra ciudad a los visitantes y adobamos este ofrecimiento con hospitalidad y dedicación.

 

Cuenca volada sobre dos ríos, escalonado laberinto que baja de celestes bosque y rocosos prados en pos de la llanura. Cuenca, concha urbana de pinares, bisagra de tres comarcas cargadas de historia. La ciudad (tibetana, alzada vertiginosa) es un dédalo de trazado islámico y medieval, con la singularidad de desarrollarse no sobre una vega (Córdoba), no sobre una marisma (Valencia), no sobre un llano (Sevilla). Ni siquiera sobre siete colinas (Toledo). Cuenca se alza en el estrecho y alargado espacio de un cerro sobre dos barrancos: el titánico escenario de las hoces que forman sus dos ríos.

De arriba abajo: los restos del antiguo Castillo con su magnífica torre cuadrada musulmana, la Casa de la Inquisición (hoy Archivo Provincial), el complejo de las carmelitas (Universidad Menéndez Pelayo y Museo de Electrografía), las blasonadas casas palacio de San Pedro, la Catedral (gótico castellano fundacional y compendio del arte español). Bajo esta gran dama blanca se abre irregular y ancha la Plaza Mayor como una gran alfombra adoquinada. Los soportales del Ayuntamiento abren paso a la anteplaza y a la zigzagueante rúa que desciende hacia el ensanche, esa ciudad nueva o baja que saltó la antigua albufera defensiva hasta más allá de la vía férrea y los caminos de Valencia, Alcázar o Madrid. Pero esta ciudad no es mero camino vertical. A uno y otro lado, el paseante sube, baja y se demora en románticos rincones, adarves de leyenda, balcones que asoman al espejo verde del Júcar, cobertizos de ronda, postigos que culminan en las famosas Casas Colgadas, una recreación del poso medieval conquense tan acertada que ha pasado a ser emblema universal e imagen genuina de la Ciudad del Cáliz y la Estrella.

Cuenca fue siempre musa y sirena de artistas y literatos. Marco Perez, escultor e imaginero, alcanza en sus rincones efigies de bacheros o pastores. Fausto Culebras, una graciosa madonna neogótica o los bustos de sus conquistadores, Leonardo Martínez Bueno, la aguadora de la plazuela de San Nicolás o la maternidad del camino de San Francisco.

Entre los escritores, Antonio Enríquez Gómez, su gran hijo del Barroco, vió a Cuenca "montaña poblada de edificios". Góngora pintó un lucida danza de serranas. Pío Baroja situó en ella la acción de su intensa novela "La Canóniga" y Pérez Galdós describió vigorosamente el feroz asalto carlista. D'Ors quiso verla como "bella durmiente del bosque". Y César González Ruano, más quevedesco que baudeleriano sin renunciar a su dandismo, la hizo patria de adopción y le dedicó,desde su palacio de San Pedro esquina Trabuco, decenas de artículos y el hermoso libro "Pequeña ciudad", sintonizando espiritualmente con una ciudad olvidada y magnífica.

Pero el poeta de Cuenca es Federico, Federico Muelas, que tiene estatua protegida por los semiderruídos muros de San Pantaleón y fue quien más alta y entrañadamente la cantó "de peldaño en peldaño fugitiva... " Poetas y literatos siguen libando versos de la pétrea flor conquense.

Además, Cuenca ha dado estadistas (Diego de Valera, Andrés de Cabrera); médicos (el padre de la homeopatía, Chirino); magos (Eugenio Torralba); conquistadores (Alonso de Ojeda)...

En el renacer cultural contemporáneo de Cuenca hay dos momentos singulares. Los 50, en que Fidel García Berlanga abre la Posada de San José y establece un foco de atracción para bohemios y creadores. En los 60, el pintor y mecenas Fernando Zóbel instala su colección en el, desde entonces, Museo de Arte Abstracto Español, en las Casas Colgadas. Y la ciudad devino núcleo artístico internacional de primer orden, hasta el punto de que la critica llegó a hablar de una "escuela de Cuenca". Con escenografía del mismo autor del Abstracto, Gustavo Torner, el magnífico Museo Diocesano, de imprescindible visita. Arte sacro y antiguo, derroche de las afamadas alfombras conquenses, Grecos... Todo ello en dependencias de la antigua Mezquita De Kunka, con magníficas leyendas cúficas apenas tapadas por los tapices de Flandes. Frente al Diocesano, el Museo Provincial propone un recorrido por la provincia desde la noche de los tiempos. Cuenca, con su flamante Teatro Auditorio del Huécar, ofrece una programación cultural y escénica de continuidad, con su momento de máxima proyección en Semana Santa (esa magnífica y patética Semana Santa conquense), con su Semana Internacional de Música Religiosa.

La provincia, extensa y variada, reúne muchos alicientes. Hoces, pinares, torcas, lagunas, reserva de osos... Mas también, cultura y patrimonio. Ciudades romanas (Valeria, Segóbriga, Ercávica). Villas monumentales: Alarcón, Cañete, Moya, Ucles, San Clemente... Rutas literarias: la de Luis de León (Belmonte y su comarca), la de Jorge Manrique (Garcimuñoz, Santa María, Uclés), la de Don Juan Manuel (Garcimuñoz, Alarcón), la de Enrique de Aragón (Iniesta, Torralva). Y por tener, Cuenca tiene sus conexiones cervantinas (La Herrería, junto a Cañizares, lugar de su yerno visitado por el gran escritor) y fue escenario de pasajes inmortales del Libro (episodios de rebuzno, del Carro de Cómicos, del paso a Aragón por Los Vadillos).

Tierra de fronteras, Cuenca es rica en castillos: Beteta, Cañete, Fuentes, Almenara, Belmonte (en el que más películas se han rodado)... Los balnearios son también cultura y espacio para la lectura, la meditación y la tertulia. Alcantud, Valdeganga, Solán de Cabras.La fuerza fecundadora de estas afamadas aguas fue inmortalizada por Clarín en "Su único Hijo". En otra ocasión hablaremos de leyendas, que varias espléndidas se cuentan en Cuenca. Pero las leyendas asaltarán al viajero a cada paso que dé por la ciudad del Júcar o por su provincia.