EL VALLE DE CABUÉRNIGA


El Saja, notable río truchero, es el hilo conductor de esta ruta por las vastas praderias, pueblos ganaderos, nobles casonas y densos hayedos de Cabuérniga. Este valle, en el corazón de Cantabria, fue el lugar desde el que arranco la repoblación de Castilla, en el siglo IX, a través de las corrientes migratorias conocidas como foramontañas. Hasta Cabezón de la Sal, punto de arranque del viaje, se llega desde Santander por la autovía A-67 y la N-634, en un recorrido de 45 kilómetros.

CARREJO Y UCIEDA.- El nombre de Cabezón de la Sal, en medio de un cruce de valles y en el arranque del Real Valle de Cabuérniga, remite enseguida a las explotaciones de sal que hubo en su termino hasta no hace mucho tiempo. Como activo centro comarcal que es, ha sufrido los azotes propios de la modernidad, conservando por fortuna, alguna notable muestra del rico legado arquitectónico que tuvo antaño. Entre sus casonas blasonadas destaca el palacio de la Bodega, levantado a finales del XVIII. Otros edificios notables de la localidad son el palacete de los condes de San Diego, de influencia inglesa, actual Casa de Cultura; el del doctor Arines, de influencia francesa, ambos levantados a finales del XIX, o la casa de los Gutiérrez de Mier. A 2 kilómetros de Cabezón de la Sal, por la C-625, se encuentra Carrejo. El bravo río Saja, guía de este viaje en buena parte del itinerario, lame este precioso núcleo de casas solariegas, sobre las que señorea el palacio de la familia Ygareda y Barreda-Cos, del siglo XVIII. Edificado en piedra de sillería, posee un neto sabor montañés en su arquitectura, presenta tejado a dos aguas con un amplio alero, que cobija el escudo y la balconada, la cual se sustenta sobre cinco arcos. Sus antañonas salas albergan el Museo de la Naturaleza de Cantabria, una espléndida exposición sobre el paisaje, los ecosistemas de la región y la fauna, que se muestra a través de diversos montajes, maquetas y paneles didácticos. Un kilómetro más adelante se halla Santa Lucia, donde la verde orilla del río ha sido acondicionada para el baño y el almuerzo campestre. Nada más cruzar el puente sobre el Saja, un ensanchamiento de la carretera invita a aparcar junto al monumento a los foramontanos, erigido en memoria de los hombres y mujeres que, tras una incipiente pacificación de la Meseta en los primeros días de la Reconquista, remontaron este valle para comenzar su repoblación, allá por el siglo IX, enviados por el rey Alfonso II. Se trata de un monolito de piedra rosada en el que puede leerse la frase de Víctor dela Serna: "Aquí comienza esa cosa inmensa e indestructible que llamamos España", con la que este cronista apuntaba su certeza de que se trata del lugar exacto del que partieron aquellos primeros grupos humanos. Un par de kilómetros río arriba se presenta un desvío a la izquierda que conduce a Ucieda, aldea dividida en dos barrios, el de Abajo y el de Arriba y afamada por su cocido montañés. Aquí nace, como prolongación de la carretera, una pista asfaltada que ofrece un grato paseo de 4 kilómetros, con bancos a los lados del camino, hasta llegar a un área recreativa y de acampada, entre praderas sombreadas por robles y hayas a la vera del río Bayones.

RUENTE.- Regresando de nuevo a la C-625, a 1,5 kilómetros del desvió a Ucieda, la carretera conduce hasta el pueblo de Ruente. Escondido tras las casas, pero perfectamente señalizado, se encuentra el nacimiento de la Fuentona, un espectacular manadero en el que surge un río hecho y derecho de la entraña caliza de la montaña. Tal es su caudal que, pocos metros más abajo la corriente es atravesada por un puente medieval de ocho ojos. Otro prodigio de Ruente es el quejigal del monte Aa. El acceso está indicado con un panel nada más pasar la señal de fin de población, a mano derecha, y es una pista de tierra que, en 5 kilómetros, acerca hasta el Cubilón, los restos de un noble albar de 15 metros de circunferencia en la base del tronco, caído hace pocos años, y otros ejemplares vivos, Mellizo, Belén, etc, de porte descomunal. El siguiente hito en el camino, remontando siempre el Saja por la carretera C-625, es Barcenillas, una aldehuela de casas típicas a más no poder, donde el abarquero Toñucu conserva viva la artesanía de la madera trabajada con hacha y azuela, barrena y legra, gubia y cuchilla. Otra artesanía, la de los quesucos de oveja, se mantiene en Sopeña, un par de kilómetros más adelante.

CARMONA Y VALLE DE CABUÉRNIIGA.- Tras avanzar otros 2 kilómetros se llega a Valle de Cabuérniga. A la entrada misma de Valle está señalizado el desvío a Carmona por la C-6314, una sinuosa carreterilla de montaña que permite pasar de la vertiente del Saja a la del Nansa, haciendo paradas en los miradores de la Vueltuca, la  collada de Carmona y la asomada del Ribero. La localidad de Carmona, declarada conjunto histórico-artístico, tiene su principal atracción arquitectónica, hotelera y gastronomica en la Venta de Carmona. En su interior hay armaduras, pendones de fieltro, almenaras, palmatorias y sillas de cuero. Dos torres flanquean este imponente y antiquísimo edificio, quizá del siglo XVI, aunque reedificado en 1791, que fue casona-palacio de los Mier, como revela el lema de su monumental escudo "Adelante los de Mier, por más valer". Hay que deshacer el camino para regresar a Valle de Cabuérniga, cuyo nombre ya deja bien clara su condición de capital de todo el valle. Atesora notabilísimos ejemplos de arquitectura civil, como la casona de Rubín de Celis, la de Ernesto Lozano o la torre de Augusto González de Linares. Continuando por la C-625, el viajero se topa, a la altura del kilómetro 41, con Terán, donde, aparte de un buen numero de casonas dieciochescas, se halla la iglesia más hermosa del valle: la parroquial de Santa Eulalia, del siglo XVII. El templo se alza junto a la Castañera, un encantador paraje poblado de viejos castaños con nombre, como El Duende, La Olla o El Cuatro Patas, al que postro una tempestad.

BÁRCENA MAYOR.- Una vez rebasados los pequeños núcleos de Selores, Renedo y Fresnada, buenos exponentes todos de arquitectura montañesa, hay que abandonar la C-625 en el kilómetro 34,5 y desviarse a la izquierda por la S-203 para remontar el valle del río Argoza en dirección a Bárcena Mayor. Este pueblo, declarado conjunto histórico-artístico, pasa por ser el más antiguo de Cantabria, pero nadie lo diría a la vista de las solanas casas pletoricas de hortensias, geranios y panochas, y sus anchos portalones, como nuevos después de siglos de cobijar bajo ellos los carros. La Calleja, que es prolongación de la carretera, y la calle Larga, que va a dar al puente sobre el Argoza, del siglo XVI, con arco de medio punto, vertebran este lío maravilloso de casas típicas montañesas, la mayoría levantadas durante los siglos XVI y XVII, con zaguán en la planta baja que da acceso al establo y a la vivienda, solana o balcón corrido en la superior, y tejados de alero volado sostenido por vigas. Los arcos de piedra en el zaguán señalan las de mayor nobleza.

HACIA EL PUERTO DE PALOMBERA.- De vuelta en la carretera C-625, se encara el tramo final y más espectacular de la ruta: una zigzagueante subida de 20 kilómetros por un autentico túnel de hayas, cuyos rincones son el mirador del pico del Castrón, asomado a la confluencia de los ríos Saja y Argosa; la aldea de Saja; el Pozo del Amo, prodigio de cascadas y remansos en una curva del puerto; el Balcón de la Cardosa, con un monumento al corzo y una vista insuperable del valle, y el puerto de Palombera, divisoria de las aguas que van al Cantábrico y al Ebro, el viejo liber que dio nombre a la Península, que nace bien cerca, en Fontibre, bajando hacia Reinosa.