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MONASTERIO
DE SAN JUAN DE LA PEÑA.- Cubierto por una prominencia rocosa, este
monasterio fundado en el siglo IX, albergó en su día al legendario Santo
Grial. En el siglo XI se efectuaron reformas en estilo cluniacense, y fue el
primer monasterio que introdujo en España la misa latina. Tras sufrir un
incendio en el siglo XVII, fue abandonado y la comunidad trasladada a otro
construido después, montaña arriba. De este último, saqueado por las tropas
de Napoleón, se conserva la fachada barroca. La iglesia del monasterio viejo
tiene dos alturas: la inferior es una primitiva cripta excavada en la roca a
comienzos del siglo X; la superior contiene una iglesia del siglo XI con triple ábside..
El panteón románico bien conservado, guarda las tumbas de los primeros reyes
aragoneses. El claustro exterior, al que la roca cubre como una gran visera, es
la joya de San Juan de la Peña; los capiteles de las columnas están magníficamente
tallados con escenas bíblicas.
AGÜERO.-
La pintoresca ubicación de esta bonita aldea, junto a un formidable farallón
de erosionada piedra, merece efectuar un breve desvío de la carretera
principal. La razón principal para visitar Agüero es, sin embargo, la iglesia
de Santiago, del siglo XII y estilo románico, a la que se llega por un largo
sendero rocoso que sube montaña arriba antes de llegar al pueblo. Los capiteles
de las columnas de este inusual edificio de tres naves están labradas con
bestias fantásticas y escenas de la vida de Jesús y la Virgen. Las bellas
esculturas del pórtico ilustran episodios bíblicos, entre ellos la Epifanía y
la danza de Salomé. Las vigorosas figuras, de grandes ojos y de una
sorprendente expresividad, se atribuyen al mismo grupo de artistas que labró
las espléndidas tallas del cercano monasterio de San Juan de la Peña y la
iglesia de San Pedro el Viejo, en Huesca.
CASTILLO
DE LOARRE.- Las murallas de esta poderosa fortaleza, erguida
majestuosamente sobre la carretera de Ayerbe, se pliegan de tal forma a los
contornos de la roca que por la noche o con poca visibilidad podrían
confundirse con un afloramiento natural. En días despejados, su alto
emplazamiento brinda magnificas vistas de los huertos aledaños y los embalses
de la ribera del Ebro. Detrás de los recios muros surge un conjunto arquitectónico
fundado en el siglo XI en el solar de un castillo romano, remodelado más tarde,
reinando Sancho I de Aragón, que fundó una comunidad religiosa y puso todo el
recinto al cuidado de la orden religiosa de San Agustín. Dentro de las murallas
del castillo hay una iglesia románica decorada con ventanas de alabastro, un
friso e interesantes capiteles labrados con motivos florales; la cripta contiene
los restos de San Demetrio. Caminos de ronda, escalas de hierro y tramos de
peldaños mantienen comunicadas las torres, las mazmorras y los baluartes de
este castillo.
ALQUÉZAR.-
Esta población de origen árabe atrae la atención por su espectacular
emplazamiento. Su principal monumento, la señorial colegiata del siglo XI,
aunque reconstruida en el siglo XVI, domina un saliente montañoso sobre las
extrañas formaciones rocosas del cañón del río Vero. Dentro, los claustros
de la iglesia lucen capiteles labrados con escenas bíblicas. Al lado queda la
capilla construida cuando Sancho I arrebató Alquézar a los musulmanes, y cerca
yacen las ruinas del primitivo alcázar, del que toma su nombre el pueblo.
SANTUARIO
DE TORRECIUDAD.- Este santuario se construyó en memoria de José Maria
Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, que murió en 1975. Ocupa un alto
promontorio, con vistas a las aguas color turquesa del embalse de El Grado, en
Torreciudad. La vasta iglesia, de anguloso ladrillo rojo, tiene un diseño
desnudo y moderno. En el interior, el elaborado retablo de mármol blanco, que
encierra una virgen románica, contrasta con la adusta funcionalidad de la nave.
GRAUS.-
Oculta en el corazón del casco antiguo de Graus se halla la singular plaza de
España, ceñida por soportales de ladrillo y casas de entramado, con frescos;
una de ellas perteneció a Tomás de Torquemada, inquisidor general de triste
recuerdo. Conviene recorrer a pie el casco antiguo, de calles estrechas. Las
fiestas de esta localidad son una magnifica ocasión para presenciar los bailes típicos
aragoneses.
TARAZONA.-
Las torres mudéjares se yerguen sobre las tejas rojas y jaspeadas de este
antiguo obispado. Al borde del casco antiguo, la catedral, erizada de pináculos
con dibujos de ladrillo y cerámica, tiene tracería mudéjar en el claustro;
destacan también en el interior la capilla de los Calvillo, con dos hermosas
tumbas góticas y un magnifico retablo. En lo alto de la ciudad, al otro lado
del río, surgen otras iglesias mudéjares, entre el dédalo de callejuelas
empinadas. Más curiosa resulta la antigua plaza de toros, actualmente rodeada
de casas, y el espléndido ayuntamiento renacentista de piedra dorada, con
gigantes mitológicos esculpidos en la fachada y un friso que ilustra la caída
de Granada.
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